Fue exactamente en el año 2008. Me propuse escribir un libro. Lo llamaría “El libro rojo de la riqueza”. Y entonces surgió la idea:

• Me compraré varios pares de calcetines rojos para usarlos todos los días, sólo esos hasta que no acabe con mi libro, aunque me queden horribles y la gente se ría de mi pésimo gusto.

Llevaba años queriendo escribir un libro. Amo la poesía, pero muy pronto descubrí que mi propia auto exigencia era enfermiza. Cada vez que organizaba mis papeles acababa sucumbiendo ante un pozo depresivo.

• ¿Quién soy yo? ¡Vaya mierda de poemas! Que vergüenza para la literatura.

En fin, diálogos que estableces contigo mismo de manera absurda. Puras trabas estúpidas.

Fíjate hasta qué extremo fui capaz de llegar: prendía fuego todos mis papeles. Un día lo hice al lado de un árbol y lo quemé por completo. Seré imbécil.

No me preguntes por qué, pero entonces no era capaz de ver el proceso necesario que implica saltar de etapa en etapa, de hacerlo mal a hacerlo bien y de hacerlo bien a hacerlo de modo extraordinario.

¡Cuántas mentiras puedes llegar a decirte a tí mismo! ¡Y cuántas veces terminas boicoteándote sin ninguna necesidad fundamentada!

Un día a principios de 2008 cayó en mis manos un libro cuyo nombre ya ni recuerdo, pero que precisamente hablaba de ello, de mentalidad, de saber enfocar tu energía, de usar estrategias que te permitan avanzar.

Ese libro me llevó a otros. Y así, poco a poco, fui entendiendo que necesitaba cambiar la estructura completa de mis pensamientos. Nunca avanzaría si no conseguía provocar ese profundo cambio.

Aprendí un montón y me impuse aplicar lo que aprendí.

Mi sueño era escribir un libro. Y aquel conocimiento que había adquirido lo quería transmitir a mi modo desde la perspectiva del dinero. Mi mensaje era bueno, motivador, incluso apasionante. Pero el reto más grande no consistía en convencer de nada a mis futuros lectores. Era convencerme a mí mismo que era capaz de lograrlo.

Te aseguro que el reto era muy grande: no imaginas lo gilipollas que puedo llegar a ser. Lo digo por si aún no te ha quedado lo suficientemente claro.

De esta manera fue como tomé valor suficiente para escribir mi primer libro. Exacto, usando calcetines rojos día tras día. 

En 2 meses lo escribí. Luego lo envié a un chaval que lo corrigió y tres semanas más tarde reuní el dinero para imprimirlo por cuenta propia (500 ejemplares).

Para mí resultó un gran acontecimiento. Un auténtico hito en mi vida.

Ahora es probable que te preguntes… ¿de verdad usar calcetines rojos te ayudó a enfocarte?

Pues sí. Mucho. Muchísimo. Eran tan feos, tan llamativos, tan escandalosos que en medio de esa tortura logré crear un hábito. En un momento llegué incluso a confundir el objetivo. No sabía si era escribir el libro o quitarme los calcetines de una bendita vez. Ambas cosas estaban estrechamente relacionadas. Para el caso era lo mismo.

Ahora si te digo que funcionan, es porque a mí me funcionó.

Con el tiempo he vuelto a usarlo para otros propósitos y en todas las ocasiones lo logré con nota alta. La última vez fue cuando decidí crear la web más optimista del mundo. La web de mi hija Jimena. Lo anuncié a través de LinkedIn. Cientos de personas fueron testigos. Y de nuevo, con rotundo éxito, cumplí mi objetivo.

Quizás yo esté hecho de una pasta extraña y contigo no surta el mismo efecto. Decirlo así tan honestamente quizás sea tirar piedras sobre mi propio tejado. Pero yo sé que sabes apreciar el ángulo de lo que te cuento.

Muchos futbolistas utilizan talismanes cada vez que entran al campo de fútbol. Lo mismo hacen los actores, las actrices y los músicos al subirse a un escenario. Y profesionales que dan conferencia frente a un gran público. Y políticos. Y hasta desconocidos que frente a un examen de cualquier tipo se apoyan en una pulsera, en una cadena, en una estampita, en un color, en una fragancia, para extraer de aquello una fuerza más allá de cualquier comprensión humana.

Bien, los calcetines rojos están probados por mí que funcionan. Y ahora vienen con un plus extra: la magia de Jimena. La niña con microcefalia que lo lleva bien.

Para usarlos con éxito sólo necesitas una cosa, una sola: tener un objetivo claro.